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Recaredo I

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Recaredo I, hijo de Leovigildo y ya adiestrado en los asuntos de gobierno, ocupa el trono entre los días 24-IV y 7-V del año 586. Ni el Biclarense ni San Isidoro nos hablan de elección; pero tampoco emplean términos que permitan afirmar una verdadera sucesión hereditaria. Juan Biclarense, después de consignar la muerte de Leovigildo, añade: y su hijo Recaredo tranquilamente recoge el cetro de su reino, cum tranquilitate regni eius sumit spectra. San Isidoro dice simplemente que muerto Leovigildo, fue coronado Recaredo, y hace de él este retrato moral. Estaba dotado de un gran respeto a la religión y era muy distinto de su padre en las costumbres; pues, mientras el padre era irreligioso y muy inclinado a la guerra, este era piadoso por la fe y preclaro por la paz; aquel dilataba su imperio por el empleo de las armas; este elevó a la misma nación con los trofeos de la fe.

Hecho fundamental en el reinado de Recaredo fue su conversión al catolicismo, que inició un nuevo periodo en la historia visigótica, ya que no debe en modo alguno considerarse como mera conversión personal, sino como manifestación y, al propio tiempo, medio de intensificar la conversión de todo su pueblo. Como motivos de esta conversión pueden considerarse varios y diversos.

Sin duda, fue fundamental la convicción íntima; esta debió iniciarse por los consejos de su madre, acentuarse con los sucesos a que la conversión de su hermano dio lugar y completarse tal vez por la intervención de San Leandro, con o sin la recomendación final de Leovigildo de que San Gregorio nos habla. Sin duda influyó en esta conversión —como en las muy frecuentes de entonces— la actitud bien distinta del episcopado arriano —vacilante, falto de convicción dogmática, permitiendo en todo momento concesiones contra su doctrina— y la del episcopado católico, firme y decidida.

Como motivos que en otro orden hubieron de influir en el ánimo de Recaredo, se puede citar la visión de los progresos del catolicismo en el mismo pueblo godo; la conveniencia de acabar con la discrepancia religiosa, conveniencia aumentada desde la incorporación al Estado visigótico de los suevos, de nuevo católicos; la fuerza extraordinaria que tenía el clero católico, fuerza que, naturalmente, el rey desearía atraerse como un excelente medio para robustecer su autoridad frente a la nobleza laica, y, finalmente, el interés que había de tener en hacer desaparecer, con la conversión, las bases de posibles apoyos del interior a los intereses de bizantinos y francos, contrarios a los visigodos. Tal vez deba todavía establecerse alguna relación entre el bautismo del rey y el desgraciado fin de Sisberto, el autor de la muerte de Hermenegildo.

En el décimo mes de su reinado se convirtió Recaredo y, según nos dice el Biclarense, se celebró una especie de asamblea de obispos católicos y arrianos, que dio como resultado la conversión paulatina de clero y pueblo. En este mismo año de 587, y como consecuencia de la conversión, hubo de restituir Recaredo a sus antiguos propietarios los bienes que en tiempos de sus predecesores habían pasado al fisco; y para conmemorarla, funda y dota iglesias y monasterios.

No solo nos lo dice el Biclarense, sino que se han conservado algunas lápidas que lo testimonian. El complemento y la manifestación solemne de las conversiones del rey y de los obispos, así como de la masa del pueblo, fue el Concilio III de Toledo, que celebró si primera sesión el 8-V-589, y fue saludado por el romano pontífice, San Gregorio, con el más grande de los júbilos.

Sublevaciones arrianas

La conversión no pudo pasar sin producir descontento en algunos sectores arrianos, poniéndose aquél de manifiesto mediante sublevaciones, que, a veces —la de Septimania, sin duda, y acaso la de Uldida y Goswintha—, encontraron el apoyo de Gontrán, el único rey franco que en modo alguno quería concertar con Recaredo una alianza, pese a los esfuerzos hechos por el rey visigodo enviando embajadores que no fueron recibidos por aquel rey, como nos dice el Turonense. Gontrán se escudaba siempre en la venganza de Ingunda, la mujer de Hermenegildo, pero, en realidad, todo su odio contra los visigodos tenía como base el deseo de adquirir la Septimania.

De las sublevaciones arrianas nos dan noticia, además del Biclarense, Gregorio de Tours y las Vidas de los Padres Emeritenses. Sin duda, influyó en las sublevaciones la conducta de Recaredo devolviendo a los obispos católicos perseguidos sus iglesias y patrimonios, lo que hizo que ciertos obispos arrianos tomasen una actitud de rebeldía, tal vez, en algún caso, también con bases religiosas. Sin embargo, hemos de ver en dichas sublevaciones —tres en total— maniobras políticas.

La primera y más peligrosa de estas sublevaciones fue la de la Septimania, que estalló en el año 587, y cuyas figuras principales son el obispo arriano Ataloco y los condes Granista y Vildigerno. Las noticias que de ella tenemos proceden de Gregorio de Tours y de las Vidas de los Padres Emeritenses. Los francos de Gontrán debieron ayudar a los sublevados, y a este hecho se refiere la primera campaña victoriosa que contra aquellos, mandados por Desiderio, sostuvieron los duces de Recaredo.

La segunda sublevación fue la de la Lusitania, dirigida por el obispo Sunna y los condes Segga y Witerico. Fue descubierta por Masona y rápidamente vencida. Sunna fue desterrado, y a Segga se le amputaron las manos y se le desterró también, enviándole a la Galecia. No vemos claramente que esta sublevación, aunque así lo afirma Dahn, se realizase en connivencia con los suevos, descontentos de su sumisión.

La tercera de estas sublevaciones, en el mismo año 589, se dio también el nuevo ataque de Gontrán a la Septimania, con poderosísimo ejército al mando de Boso. Los francos, que habían establecido su campamento frente a Carcasona, fueron sorprendidos por los godos al mando del dux de Lusitania, Claudio, y sufrieron una terrible derrota. Todavía los godos persiguieron a los francos, que huían desordenadamente, y su derrota se convirtió en desastre. Este fue el último intento de Gontrán contra los visigodos.

Después llegó a autorizar los desposorios de Recaredo con Clodosvinta, hija de Childeberto, cuya mano pidiera una embajada goda, en 587, en prenda de paz, aunque no debieron celebrarse, pues el rey visigodo casó por ese tiempo, o muy poco antes, con una goda de nombre Bada.

 

El triunfo de los visigodos, el mayor que jamás alcanzaran por el número de enemigos muertos o prisioneros y por la importancia del botín, se atribuyó por los cronistas a un milagro obrado por Dios para premiar a Recaredo y a su pueblo por su conversión a la ortodoxia.

Conspiraciones palatinas

En el año 590 se descubrió una conspiración en la que estaban comprometidos muchos palatinos, dirigidos por uno de ellos, el dux de la provincia Argimundo, quien de tal modo ambicionaba alzarse con el poder, que si hubiera podido, no hubiera vacilado en quitar al rey con el reino la vida.

Descubiertas sus maquinaciones, el dux fue detenido, y él y sus compañeros de intriga sufrieron la última pena. Al que pretendía la corona se ele impusieron castigos terribles: se le arrancaron las declaraciones aplicándole hierros candentes; después se le decalvó y, con la diestra amputada, se le paseó por Toledo montado en un asno, para escarmiento de los criados que se ensoberbecen ante sus señores.

Desgraciadamente, termina aquí el cronicón del abad de Bíclaro. San Isidoro nos da, además, noticia de alguna sublevación de los vascones, dominada con éxito, y de encuentros con los bizantinos en la Bética. Para regular la situación de estos acudió Recaredo al papa San Gregorio, a fin de que le diese a conocer el convenio por el cual se establecieron en el litoral; y al saber que se había perdido su texto, insistió para que se formulara uno nuevo que hiciese imposible a los bizantinos penetrar en el interior. Se cruzaron con este motivo cartas entre el pontífice y el rey. No nos testimonian las crónicas otros hechos del reinado de Recaredo.

De su labor legislativa se conservan en el Liber iudiciorum algunas leyes. Pero debe hacerse resaltar la importancia de su reinado desde el punto de vista de la intensificación de la unión nacional y de la romanización o bizantinización del Estado. 

Murió Recaredo en Toledo, de muerte natural, en diciembre del año 601.



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Anverso

+ RECCAREDVS  alrededor de un busto esquemático del monarca de frente

Reverso

+ NARBONA PIVS alrededor de un busto esquemático del monarca de frente