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Rodrigo

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Al subir Rodrigo al trono se encuentra, de una parte, con la sublevación de los partidarios de Aquila y con una revuelta de los vascones, probablemente ambas relacionadas, y de otra, con un reino en el que la disciplina política y militar estaban reducidas a la nada y cuyo fisco estaba completamente exhausto. Así lo comprenderemos sin duda, si recordamos que ya de veintisiete años antes se sabe positivamente, por el decreto de Ervigio de perdón de los tributos, que las obligaciones fiscales no se cumplían por los súbditos, y que la indisciplina política y la desorganización del Estado continuaban y aun se habían agravado en esta última época. Aquila y Oppas, su tío, debieron bien pronto comprender que no tenían fuerzas suficientes para lograr sus pretensiones frente a Rodrigo, y tal vez huyendo se refugiaron en Ceuta junto a Olbán (Julián), quien, como se ha dicho, había reconocido ya a Muza.

Rodrigo pudo entonces acudir libremente a dominar la rebelión de los vascones, llegando a sitiar la ciudad de Pamplona. Había de suceder esto ya durante los primeros meses de 711. Oppas, entretanto, no había perdido la esperanza de adquirir el trono visigótico para su sobrino, y en el N. de África logró ponerse de acuerdo con don Julián y Tarik, lugarteniente de Muza, para lograr con el auxilio de estos sus propósitos. Los árabes habían ya realizado una expedición a nuestra península dirigidos por el berberisco Tarif, que en julio del 710 desembarcó en la punta luego llamada Tarifa e hizo una correría por Algeciras; y como desde luego habían de ver en España la tierra apropiada para su expansión natural, después de la conquista del N. de África, se decidieron rápidamente a una ayuda que les facilitaba la realización de lo que acaso estaba ya en su mente.

No desconocemos que este llamamiento de Oppas y don Julián a los árabes no es unánimemente aceptado, pues en las fuentes no aparece siempre con claridad. Sin embargo, que es esa la sola explicación satisfactoria que puede tener la cierta, sin duda, actuación de Oppas y don Julián junto a Tarik contra los visigodos de Rodrigo.

Batalla de Guadalete

Aun los términos de la Continuatio Hispana nos permiten suponer que la venida de los árabes no fue desde el primer momento en tono de conquista. En ella se lee, en efecto, que Rodrigo reunió un gran ejército para oponerse a los árabes y moros enviados por Muza, esto es, a los que habían invadido la provincia a él confiada y devastaban muchas ciudades.

Muza, en efecto, después de consultar al califa al Walid, envió a Tarif en exploración, como ya se ha dicho, y al año siguiente a Tarik b. Ziyad, con un ejército más considerable, siete mil guerreros, en su mayor parte berberiscos de los gomeres de Olbán (conde don Julián), que pasaron secretamente el Estrecho en naves de mercaderes el 28-IV-711 y se atrincheraron en el lugar que desde entonces se llamó monte de Tarik Gebel-al-Tarik o Gibraltar).

El rey Rodrigo se hallaba combatiendo en Pamplona, como se ha dicho, y envió contra los invasores a su sobrino Sancho, que fue derrotado y muerto, por lo cual el rey se apresuró de acudir a la Bética. Al saber la venida de Rodrigo, Tarik pidió refuerzos, y Muza le envió cinco mil hombres, entre los cuales estaba don Julián, que indicaba los puntos indefensos y servía en el espionaje. En el ejército de Rodrigo, fuerte de cien mil hombres, según afirman los historiadores árabes, aunque la cifra nos parece fantástica, estaban los hijos de Witiza, llenos de rencor contra el rey.

Creían estos que los invasores no venían a establecerse en el país, sino a ganar botín para después marcharse, y decidieron abandonar a Rodrigo, usurpador de la corona, para que así fuese derrotado, anunciando en secreto su propósito a Tarik y pidiéndole que les ayudase a recobrar el patrimonio real, compuesto por tres mil alquerías que Witiza había poseído, lo cual Tarik les prometió solemnemente.

Rodrigo tan confiado estaba, que dio el mando de las alas de su ejército a los dos hermanos de Witiza, Sisberto y Oppas, los cuales, trabada la batalla decisiva, abandonaron su puesto. Duraron los encuentros del 19 al 26 de julio del año 711. Después de la defección de los witizianos, el centro del ejército, mandado por Rodrigo en persona, resistió bastante; pero al cabo fue destruido, y el rey, si no murió allí, buscó su salvación en la fuga.

Varios son los puntos oscuros en lo que a esta famosa batalla se refiere, sobre los que conviene insistir para darles, si es posible alguna luz. El primero es del campo de la lucha. Tradicionalmente se la llama batalla de Guadalete, por suponer que se había dado junto al río Guadalete, cerca de Jerez de la Frontera.

Nosotros tenemos por más probable que se dio junto a Medina-Sidonia, entre esta ciudad y el lago de la Janda, aunque la tesis tradicional siga teniendo defensores, que la apoyan hasta con razones estratégicas. Otro punto nos interesa comentar ligeramente, y es la existencia o falta de caballería árabe. Creemos que se equivocan Saavedra y los que le siguen afirmando que la caballería visigoda era superior a la árabe.

No creemos que pueda hablarse en modo alguno de caballería como fuerza militar predominante en el ejército de los visigodos. Precisamente una ley tan próxima ya al fin del estado visigótico como la de la reforma militar de Ervigio permite confirmar la falta de caballería, falta que, desde el punto de vista táctico militar, puede decirse absoluta.

Los árabes por el contrario, lucharon siempre con masas de caballería; es tal hecho como una categoría de la historia militar árabe, y los que se aducen en contra de la participación de la caballería musulmana en esta batalla no son suficientes. La existencia de fuerte caballería árabe en Poitiers, solo unos veinte años más tarde, está probada.

El resultado de la batalla fue la total derrota de los partidarios de Rodrigo. Victoria tan completa, acaso no esperada, decidió a Tarik, resuelto ya a no abandonar España, a perseguir a los visigodos, aprovechando su desconcierto. Avanzó y conquistó Écija; y dejando tropas que sitiasen a Córdoba, que no tardó en rendirse, corrió, guiado por Olián, sobre la corte, Toledo, que cayó en su poder.

Tarik recogió en la urbe regia inmensas riquezas. Después de la batalla del lago de la Janda, el rey Rodrigo desaparece de la Historia, y todo lo que después se dice de él pertenece a los dominios de la leyenda. Los más antiguos testimonios, como la Crónica mozárabe del 754 y el historiador egipcio Abderrhamán b. Abdelhákem, del s. IX, le dan por muerto en aquel memorable combate; y aunque algunos modernos historiadores españoles —Aureliano Fernández Guerra, Eduardo Saavedra— lo nieguen, los más prudentes —Juan y Ramón Menéndez Pidal— tienen como más probable la muerte.

Cayó allí también el Estado visigótico; y así lo afirmamos, no por suponer, error manifiesto, que la Península sin resistencia alguna pasó a poder de los árabes, sino porque la resistencia que se les opuso no fue la de un Estado que lucha por su vida, sino la defensa fraccionada de ciudades y regiones aisladas. Con Rodrigo desaparece el Estado visigótico, pues que, muerto o no en la batalla, ni se le nombra sucesor, no actúa más como rey; y al propio tiempo los árabes desconocen todo derecho a los witizianos.

El Estado visigótico murió, diremos para terminar, de muerte natural, no víctima de una traición. Le aquejaba hacía años una grave enfermedad: las divisiones internas por el trono y la pérdida de espíritu político y de toda idea de obligación para con el Estado, y ella fue la que hubo de llevarle a la muerte. Más que traición, llamaríamos error político a la causa de la venida de los árabes; y añadiríamos que, en nuestra opinión, aun sin ese error, los árabes hubieran aparecido en nuestra historia.



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Anverso

+ INDNE RVDERICVS RX alrededor de un busto esquemático del monarca   

Reverso

+ EGITANIA PIVS alrededor de una cruz sobre 3 lineas