Tulga pertenecía a una poderosa familia goda. Su padre fue el rey Chintila (636-639), al que sucedió en el trono. El uso del mismo formante antroponímico, su posición de poder y su comportamiento con el derrocado Tulga podrían inducir a pensar que el rey Chindasvinto (642-649) también formara parte de este mismo linaje nobiliario godo. Un linaje que descollaba por la amplitud de sus posesiones fundiarias. Con seguridad estas habían aumentado considerablemente en el reinado de Chintila. Además este último rey había procedido a repartir un gran número de posesiones entre los nobles adictos a su causa.
Estas medidas —a las que trató de reforzar con la sanción eclesiástica de los concilios V y VI de Toledo, junio de 636 y enero de 638 respectivamente— permitieron que a la muerte de Chintila la corona goda pasara a su hijo Tulga. Un hecho que tuvo lugar el 20-I-639. El escaso carácter de Tulga, en parte también debido a tratarse todavía de un adolescente, no hizo más que aumentar las apetencias de miembros de la nobleza a suplantarle en el trono. Más de un conato de rebelión se produciría en los dos años y poco más de cuatro meses que duró el reinado de Tulga.
El riesgo para la coalición nobiliaria en el poder de que triunfara alguna protagonizada por alguien ajeno a la misma, con la ayuda del exterior probablemente, propiciaría el final alzamiento del miembro más experimentado y prestigioso de aquélla: el anciano Chindasvinto que tenía a sus espaldas setenta y nueve años de edad y un turbulento pasado como partícipe en numerosas conspiraciones nobiliarias. La pertenencia a la misma coalición nobiliaria en que se había apoyado Chintila, e incluso al mismo linaje de este, explican tanto el fácil éxito de la usurpación así como el respeto de la vida del depuesto Tulga, que inhabilitado para reinar mediante la tonsura eclesiástica el 17-IV-642, la lógica permite suponer que ingresara entonces en un monasterio donde acabaría sus días en fecha y condiciones que se ignoran.